Historia

La historia de la cofradía se encuentra relacionada con el establecimiento de la orden Predicadora de Santo Domingo en nuestra ciudad, bajo cuyo auspicio, la Cofradía de la Humildad adquiere un fuerte impulso y de acuerdo a los preceptos tridentinos es cuando se le dota de una imagen titular PROCESIONAL y se estructura con las conocidas secciones de «hermanos de sangre» o «flagelantes» (que se castigaban físicamente como método de expiación de los pecados), «hermanos de luz» (que portaban hachas de cera), «los Setenta y Dos del Ojo al Cristo» (penitentes que durante la procesión portaban un pequeño crucifijo al cual dirigían sus plegarias); fijando su sede en el Convento de Santo Domingo como consecuencia de las disposiciones pontificias de Pío X y Gregorio XIII, que restringían el establecimiento de Hermandades y Cofradías de penitentes y flagelantes a los conventos de PP. Dominicos, en las cuales ordenaban: «… que donde no hubiese convento, lo fundasen religioso de el dicho orden, y cuando los religiosos fundasen convento, la dicha Cofradía viniese a la orden, con todos sus bienes». La potenciación que el Concilio de Trento (1545-1563) hizo de las hermandades penitenciales y, especialmente, el privilegio que sobre éstas otorgaron los pontífices a la orden de los predicadores, dio lugar a la radicación apuntada, donde ya se había fundado la Cofradía del Dulce Nombre de Jesús, teniendo en cuenta, sobre todo, que estas devociones y agrupaciones piadosas constituían, para las nuevas órdenes religiosas dedicadas a la predicación (Franciscanos y Dominicos), un valioso instrumento de evangelización y fomento de la vida espiritual colectiva.


De esta manera, el clero regular, y especialmente los frailes mendicantes, no sólo permitían, sino que fomentaban el establecimiento de hermandades en sus conventos, pues, además de la influencia social por la atracción que las cofradías hacían de los fieles, otros beneficios suponían en los conventos la presencia de las cofradías, ya que las iglesias de estos cenobios van a estar, gracias a las hermandades pasionistas, siempre cuidadas y dispuestas para el culto, especialmente los altares de las propias cofradías.
En cuanto a constancia documental, el primer texto donde se hace referencia al Cristo de la Humildad es una manda testamentaria de Dª. Catalina Reina, fechada el 29 de julio de 1600: “… y una misa a Ntro. Señor Jesucristo en el altar donde está el Cristo de la Humildad …”. De ello se desprende que el Cristo ya recibía culto en el monasterio de Santo Domingo y que tenía erigido altar propio en la referida iglesia en los últimos años del s. XVI.


La importancia que a partir de estos momentos toma la imagen del Cristo de la Humildad, así como la devoción hacia el mismo, se denota por la manda testamentaria de Dª. María Jiménez, de 30 de noviembre de 1606: “ytem mando que se digan por/ mi alma dos misas rrecadas/ al santo cristo de la umildad en su/ capilla que esta en dicho convento de Santo/ domingo”. Podemos observar que la imagen no se encuentra en el altar anteriormente citado, sino en capilla, que no es propia, pues a finales del s. XVII se la comprará al Convento de Dominicos.
Esta devoción continúa en el primer cuarto del s. XVII, en que las mandas hacia el Cristo de la Humildad se hacen patentes; así nos encontramos otras el 31 de mayo de 1611: “Mando quese di ganpormi ani/ ma dos misasrecadas … a el Santo Cristo de laumildad …”.


Como continuación de la iconografía en la Villa Baja, aparece en la ermita de Ntra. Sra. de Gracia un cuadro del Santo Cristo de la Humildad, al cual en el año 1611 le dejan en testamento la realización de un marco dorado para el mismo.
Desde sus orígenes, la Cofradía nació con el objetivo principal de impulsar el culto a la imagen del Cristo de la Humildad y procurar el perfeccionamiento espiritual de sus asociados mediante actos ceremoniales, además de proporcionar ayuda a sus hermanos o a los necesitados; respondiendo así al carácter multifuncional que le permitía ofrecer al hermano aquello que necesitaba en cada momento de su vida o después de ella: fiestas y cultos, escenificaciones de la Pasión, auxilio en la pobreza o la enfermedad, acompañamiento en el funeral y misas por su alma. Objetivos que, de una manera u otra, se han venido cumpliendo de manera ininterrumpida a lo largo de sus casi cinco siglos de existencia, aunque, desde las primeras décadas del siglo XX, la labor socio-asistencial cofrade, sin descuidarla, ha pasado a un plano secundario.


A finales del s. XVII, y dentro del carácter funcional de acompañar a los hermanos de la cofradía en su enterramiento, encontramos en una manda testamentaria, después de haber consultado muchos documentos, un detalle que hasta ese momento no se da respecto de ninguna otra cofradía penitencial de nuestro pueblo, prueba evidente de la gran devoción hacia la imagen del Cristo de la Humildad y la gran importancia de la Cofradía en esos momentos. Pide en su testamento D. Pedro González de Extremadura, fechado el 9 de abril de 1693: “…y se le de sepultura en/ la Parroquial de mi señora Santa Ana desta dha villa y vaya amorta/ jado en un tunica morada que tengo de la humildad de cristo/ de donde soy hermano”. Hasta estos años, así como a lo largo del s. XVI, este hecho de la petición de ser enterrado con la túnica de la cofradía, tan sólo se realizó con el hábito de señor San Francisco de Asís o de Paula, Santo Domingo, o de la Cofradía de San Pedro.
Debido al carácter asistencial de la cofradía para con sus hermanos y de atender sus últimas voluntades para ganar el más allá, la Cofradía y Hermandad del Santo Cristo de la Humildad compra al Convento de Santo Domingo la capilla y doce sepulturas para el enterramiento de cofrades; hecho éste que se realizó el 3 de marzo de 1695, siendo representante del dicho convento el Muy Reverendo Padre Fray Ambrosio de Ochoa y por parte de la cofradía su mayordomo D. Diego de Astorga y los hermanos D. Antonio de Valenzuela Dueñas, Juan Pérez Povedano, el mayor, Juan Durán, Juan de Sevilla, Juan de Frias, Miguel Jerónimo y Domingo Segura. La capilla según dicha escritura estaría ubicada “… Junto a la puerta primera que/ sale a el claustro Junto a la Puerta que sale a la/ Calle a el lado de la epistola…/…y asimismo les ven/ demos doze sepulturas las mas contiguas y zerca/ nas a dha Capilla …”.


Otro dato de interés para demostrar la importancia de la cofradía durante esta época es la colocación en la Sala Capitular del Ayuntamiento de Archidona, en el s. XVIII, de un retablo con la imagen del Cristo de la Humildad, para el cual en el año 1768 se acuerda por el consistorio, con su alcalde a la cabeza, D. José de Checa, comprar para el dicho retablo unas telas para la cenefa y para un velo, y el dorado del marco realizado por Nicolás de Espinosa.
Durante los años que transcurren entre el inicio de la Guerra de la Independencia (1.808) y el final de la Guerra Carlista (1.840), la cofradía tuvo que hacer frente a la actitud de quienes veían las cofradías como instituciones arcaicas que debían desaparecer en aras de la modernización social y religiosa de España. Aunque más graves, y sobre todo irreversibles, fueron las medidas anticlericales de los gobiernos que implantaron en España el liberalismo después de la muerte de Fernando VII (1.833). Así, entre 1.835 y 1.836, fueron suprimidas las órdenes religiosas masculinas, sus conventos cerrados y los frailes expulsados de las mismas (exclaustración), siendo vendidos todos sus bienes por el Gobierno de Mendizábal para hacer frente a los gastos de la Guerra Carlista (desamortización).


Situación que se mantuvo hasta el reinado de Isabel II en que la cofradía, al igual que el resto de cofradías de Pasión en España, vuelve a florecer de nuevo por impulso de sus cofrades. A partir de ahora se agrandan las dimensiones del trono, que deja de ser unas pequeñas andas portadas a correón, y los penitentes vuelven a recuperar los capirotes, desde que por Real Cédula de fines del s. XVII de Carlos II se prohibiesen las caras tapadas en las procesiones.

En el año 1.930, con la autorización del Obispado de Málaga, se otorga licencia a la Hermandad para hacerse cargo del cuidado y culto de la Sagrada Imagen de Ntra. Sra. de los Dolores, y para que, en honor de la misma, pueda celebrar solemnes cultos y sacarla en procesión junto con la Sagrada Imagen de su Titular, adquiriendo así la Cofradía su carácter actual, constituyéndose en la Real y Venerable Cofradía de Nuestro Padre Jesús de la Humildad y María Santísima de los Dolores, después de que S.M. la Reina Dª. Victoria Eugenia de Battenberg aceptase el nombramiento de Camarera Honoraria efectuado por la Cofradía.

Sin embargo, el auge cofradiero de los años veinte se vio nuevamente truncado con la proclamación de la segunda República en el año 1.931. Tanto es así que, en Diciembre del referido año, la Junta Directiva de la Cofradía acordó, debido al estado de agitación social del momento, suspender la procesión en la Semana Santa del año 1.932. Y, por las mismas razones, también resultó suspendido el desfile procesional en la Semana Santa del año 1.933, limitándose la Cofradía, durante estos años, a rendir culto a sus sagrados Titulares, durante los días del Jueves y Viernes Santo, en la Iglesia del convento de la comunidad de Monjas Mínimas de San Francisco de Paula de nuestra ciudad.

Poco tiempo después, el triunfo del Frente Popular, en Febrero de 1.936, y la guerra civil (1.936-1.939) motivaron que la Cofradía tampoco efectuara su desfile procesional durante estos años.

Pese a la estela de destrucción, pérdidas materiales y humanas y sufrimiento que llevó consigo la Guerra Civil, las estructura humana básica de la Cofradía y de la propia Agrupación (fundada en el año 1.927) sobrevivió, planteándose, a partir de ese año, como grandes objetivos, la recuperación de la Semana Santa en su esplendor y suntuosidad propios de los años veinte, la reconstrucción material, reorganización y funcionamiento normal de la Cofradía, normalizándose el desfile procesional ya en el año 1.941; aunque, durante los años de la postguerra, el problema más lacerante de la Cofradía sería el de la escasez de recursos económicos.

Tras una larga etapa de recuperación material y estabilidad económica, los años sesenta y la primera mitad de los setenta suponen un periodo de atonía y de cambios profundos en la sociedad de la época que derivan en uno de los principales problemas de la Cofradía en los últimos tiempos: el de la escasez de hermanos y de nazarenos en la propia procesión. Situación que, no obstante, cambia a finales de los setenta y principios de los ochenta, gracias a una progresiva y masiva incorporación de la mujer como penitente y de los jóvenes como portadores de trono. Ello, unido a otra serie de fenómenos y circunstancias (incorporación de la juventud al equipo directivo de la Cofradía, la renovación material de la misma, etc.), ha propiciado que desde los años ochenta hasta nuestros días pueda hablarse de una verdadera «edad de oro» de la Cofradía, en particular, y de la Semana Santa archidonesa, en general.

La leyenda

Habla la leyenda de la existencia de una comunidad monacal de tipo eremítica establecida en la Dehesa del Contarín próxima a Archidona, que traía al Cristo de la Humildad al pueblo para procesionarlo cada Viernes Santo. De este modo la comunidad exteriorizaba públicamente la celebración de la pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo por las calles de la ciudad mediante la celebración de un Vía Crucis, al uso de la época, siguiendo el modelo que cruzados y franciscanos trajeron de Tierra Santa en el siglo XIII. Dicho Vía Crucis poseía una iconografía simbólico-teológica basada en los primitivos enseres litúrgicos de la comunidad, la Cruz del Yermo, el Sol y la Zumba; enseres que todavía conserva la cofradía y que son ciertamente originales y carismáticos dentro de la Semana Santa archidonesa.

A finales del primer tercio del siglo XVI, el asentamiento de la orden Predicadora de Santo Domingo en nuestra ciudad pudo hacer cambiar sin duda este escenario. Disuelta la comunidad eremítica, la Cofradía de la Humildad pasa a ser una advocación regular bajo los auspicios de la citada orden que «legaliza» y hace suyos los enseres y liturgias antiguas que habían conservado los eremitas del Contarín, y que para ello imprime su emblema en los mas importantes: el Sol y la Zumba.

Foto 1: Desfile por calle Empedrada año 1.934. Col. part. J.E. Luque.
Foto 2: Cristo de la Humildad por el Paseo de la Victoria, años 40.Col. part. J.E. Luque.
Foto 3: Virgen de los Dolores en la puerta de la Iglesia de Sta. Ana, años 40.Col. part. J.E. Luque.